El Combate de Angamos - 8 de Octubre de 1879




Consideraciones Previas

El 24 de mayo el Huáscar retornó a Iquique. Poco después inició sus solitarias correrías e incursionó en los puertos bolivianos ocupados de Cobija, Tocopillo, Platillos y Mejillones. Ahí destruyó siete lanchas y recobró la goleta peruana Clorinda antes capturada por los chilenos. Dos días después entabló un combate de dos horas contra las baterías del puerto de Antofagasta, destruyéndolas. El 27 destruyó el cable marítimo que conectaba a Antofagasta y Valparaíso. Poco después, en Cobija, destruyo otras seis lanchas. El día 28 recobró la también capturada goleta peruana Caquetá y apresó a su vez al velero chileno Emilia que navegaba con una importante carga de cobre. De regreso, el 29 de agosto, fue perseguido infructuosamente por el blindado Blanco Encalada, entonces buque insignia del contralmirante Juan Williams Rebolledo.

El 2 de junio, el Huáscar marcho desde Arica hacia el puerto de Pisagua, continuó por Iquique y enrumbó en misión de reconocimiento hacia el litoral del sur. Al día siguiente, entre Huanillos y Punta de Lobo, volvió a encontrarse con el Blanco Encalada y la corbeta Magallanes. En cumplimiento a las ordenes recibidas, Grau eludió al blindado, que marchó en su persecución. A las 13:10 horas, siempre en retirada, el Huáscar rompió los fuegos. Luego de un breve intercambio de disparos, continuó el repliegue y después de 18 horas de persecución evadió a su perseguidor. Posteriormente retornó al Callao para reparar las averías sufridas durante esos operativos. El seis de julio, bajo órdenes expresas de no arriesgar con los acorazados, el Huáscar partió desde el Callao nuevamente hacia sur y el día nueve, frente a las costas de Antofagasta, se enfrentó por primera vez en combate con las corbetas Abtao y Magallanes, -a la que causó diversas averías- y estuvo a punto de hundir el transporte artillado Matías Cousiño, pero ante la aparición del Cochrane, debió suspender las acciones y retornó a Arica. Durante dicho encuentro el Huáscar sufrió algunos daños leves en su coraza, pero no bajas.

El 17 de julio se inició la cuarta campaña naval cuyo objeto era hostilizar el litoral enemigo en represalia por el cañoneo que un día antes habían efectuado buques chilenos contra Iquique, puerto que no contaba con defensas. Entre el 19 y 20 capturó a las naves chilenas Adelaida Rojas y E. Saucy Jack, despachándolas al Callao. El mismo 20 destruyó todas las lanchas surtas en la bahía de Chanaral. El 21 destruyó las lanchas fondeadas en Huasco. Luego, el 22, apresó al barco carguero Adriana Lucía.

Al día siguiente, en operación conjunta con la corbeta Unión, ahora bajo el mando de Aurelio García y García, capturó en alta mar una valiosa presa: El transporte Rimac, cuya proa atravesó previamente con un proyectil de a 300 y cuya cubierta impactó con otros nueve de menor calibre. El Rimac era uno de los mejores barcos chilenos y transportaba a un escuadrón completo de caballería perteneciente al regimiento Carabineros de Yungay. La captura de esa nave, que causó a los chilenos siete bajas (un muerto y seis heridos) y la pérdida del escuadrón al mando del teniente coronel Manuel Bulnes -alrededor de doscientos sesenta hombres amados con rifles, municiones, sables, doscientos quince caballos y equipo-, fue un duro golpe para los chilenos. Este hecho produjo una revuelta en Chile y las manifestaciones contra el gobierno ocasionaron varios muertos y heridos. Sobre esta acción, el comandante del Rimac, capitán Ignacio Luis Gana escribió:

“Los señores jefes del Huáscar y de la Unión han manifestado sus respetos al que suscribe por la impasible tenacidad de la resistencia del Rimac al momento de ser prisionero, y de tratar a mis compañeros de desgracia con toda consideración y humanidad. Ello ha sido cumplido con una elevación tal, que honra al Presidente del Perú, a sus subalternos y al pueblo de Arica, que nos vio desembarcar a las 2:00 P.M. sin la más leve demostración de júbilo ni de enojo. Los oficiales hemos sido alojados en el cuartel de la vanguardia de honor. A petición de los señores oficiales de ese cuerpo y los jefes, hemos sido detenidos en casas particulares, cuyos moradores se empeñan con sus atenciones por aliviar nuestra mala fortuna”.

El primero de agosto Grau emprendió una nueva campaña en la que incursionó en los puertos de Caldera, Coquimbo, Taltal y Tocopilla. Posteriormente, el 24 de ese mes, al enterarse que en Antofagasta fondeaban las corbetas Magallanes y Abtao, el transporte Limari y un vapor pequeño, Grau decidió atacarlos en la rada del puerto. A la madrugada siguiente el blindado, mediante una hábil maniobra, logró internarse por entre los buques chilenos y los catorce barcos mercantes neutrales anclados en el puerto, se colocó en posición de ataque y lanzó un torpedo contra la Magallanes. Sin embargo éste se desvió y el Huáscar debió ir en su búsqueda para evitar que caiga en poder del enemigo, abortando así la intrépida acción. Un día después, en Taltal destruyó tres lanchas enemigas y capturó otras seis. Para entonces Grau ya era un héroe nacional y el pueblo, con mucha razón, veía en su persona la figura de un guerrero invencible cuyas habilidades quedaban demostradas al enfrentar el sólo a toda una marina. Ese mismo día, el congreso, en decisión unánime, lo ascendió a contralmirante, el rango más alto al que entonces podía acceder un oficial naval peruano.

El 28 de agosto el Huáscar retornó a Antofagasta y se enfrentó en combate simultáneo, una vez más, contra la corbeta Abtao, la cañonera Magallanes, y lbaterías de tierra, una de las cuales estaba provista de cinco cañones de 300 y de 150 libras. El encuentro se prolongó cuatro horas, al final del cual el blindado peruano sólo resultó alcanzado por un proyectil de a 300, perdió al oficial Carlos de los Heros y acusó un marinero herido, pero a su vez causó serías averías y numerosas bajas en las corbetas y destruyó quince de las baterías terrestres. A la Abtao, tripulada por doscientos hombres, la impactó con dos proyectiles de 300 libras, uno de los cuales destruyó el puente de comando, el otra rompió la cubierta y carbonera y le causó varias bajas. En total la Abtao acusó nueve muertos y trece heridos, dos de los cuales fallecieron posteriormente. Se dispararon en el combate 137 cañonazos, de los cuales 28 correspondieron al Huáscar; 42 a la Abtao; 25 a la Magallanes y 46 a las baterías del puerto. El corresponsal del diario El Mercurio en Antofagasta escribió al respecto:

“Los estragos producidos en la Abtao por aquellos tiros del Huáscar fueron terribles”.



Grau, quien tras ser promovido, renunció a sus haberes e insignia de almirante para mantenerse al mando del Huáscar, continuó su extraordinaria labor, bombardeando puertos fortificados, capturando transportes, destruyendo lanchas, manteniendo abierta la comunicación entre el Callao y los demás puertos del litoral peruano y consecuentemente paralizando al ejército adversario. Las impunes incursiones del extraordinario blindado peruano, protagonista indiscutible de esta particular guerra de curso, continuaban exasperando al pueblo y al gobierno de Chile. Las violentas manifestaciones del mes de julio frente al palacio presidencial en protesta por el estado de inercia de la guerra y las humillaciones sufridas motivaron interpelaciones en el congreso y la censura del gabinete ministerial. Se produjeron renuncias de ministros y se efectuaron inevitables cambios en las jefaturas del ejército y la escuadra.

Los conductores de la guerra, imposibilitados de iniciar la campaña terrestre, coincidieron en que hundir al Huáscar era, definitivamente, la primera prioridad militar. En ese momento, Chile y su marina no estaban en guerra contra el Perú; lo estaban contra Grau y el Huáscar. La escuadra chilena, en su totalidad, consecuentemente se concentró en un sólo objetivo: Cercar y aniquilar al escurridizo barco. No podía aceptarse que una sola nave mantuviera en raya a todo un país. Como primera medida el contralmirante Williams Rebolledo fue reemplazado como jefe de la escuadra por el capitán de navío Galvarino Riveros Cárdenas. El primer acto del flamante comandante general fue levantar el bloqueo de los puertos peruanos y retornar los barcos a sus bases para reacondicionarlos y limpiar sus fondos.

El 30 de septiembre Riveros reunió a su escuadra en el puerto de Mejillones. Tras intensas deliberaciones con su Estado Mayor, se acordó dar caza al Huáscar mediante un plan que contemplaba la conformación de dos divisiones navales, la primera, bajo el mando del propio Riveros, integrada por el Blanco Encalada, la Covadonga y el Matías Cousiño. La segunda, denominada División Ligera, por ser más rápida, a ordenes del Capitán de Fragata Juan José Latorre, compuesta por el Cochrane, el Loa y la O´Higgins. La idea era avanzar hacia el área de acción del Huáscar, entre Arica y Antofagasta, y cercarlo.

Como primer paso se decidió marchar rumbo a Arica, donde se esperaba hallar al blindado y bombardear el puerto, aún a costa del peligro que representaban los cañones de tierra, para forzar al Huáscar a dar combate. Ese mismo día 30 de septiembre, Grau, que efectivamente se encontraba en la rada de Arica, remitió al comandante general de la marina el que sería su último parte de guerra, en el cual reiteró la necesidad de recibir las potentes granadas Palliser para los cañones de la Torre Coles, por ser las únicas capaces de atravesar el blindaje del Blanco Encalada y el Cochrane en caso de combate.

Simultáneamente, Grau recibió órdenes de partir en convoy con la Unión y el transporte Rimac rumbo al sur, en una séptima expedición dirigida a sabotear los puertos chilenos entre Tocopilla y Coquimbo. Nuevamente se le reiteró la orden de rehuir combate con los acorazados enemigos para no comprometer la integridad del único blindado que le quedaba al país.

Desarrollo del Combate




Cuando la fuerza de Riveros llegó a Arica en la mañana del cinco de octubre, se encontró con la sorpresa que, una vez más, el Huáscar se les había escapado de las manos. Pero el comodoro chileno esta vez no se dio por vencido, abandonó el puerto, dividió a su naves conforme lo establecido en los planes y continuó la búsqueda de la difícil presa. El Huáscar mientras tanto, luego de dejar al Rimac en Iquique, había arribado en compañía de la Unión a la caleta de Sarco. Ahí capturaron a la goleta Coquimbo. Posteriormente llegaron al puerto de ese mismo nombre y al no encontrar objetivos militares, continuaron más hacia el sur, hasta la galeta de Tongoy, localidad cercana al importante puerto de Valparaíso. Cumplido el objetivo de la expedición, Grau y García y García dirigieron sus naves rumbo al Perú.

Mientras los barcos peruanos navegaban de regreso, ignoraban que, silenciosamente, el cerco tan rigurosamente planeado se iba estrechando sobre ellos. Las dos divisiones chilenas avanzaban desde diferentes direcciones, en posición abierta, dispuestas a cercar a su objetivo. El Huáscar debía estar en alguna parte y esta vez no estaban dispuestos a perderlo. Al amanecer del 8 de octubre, frente a las costas de Antofagasta, siempre rumbo al norte, los peruanos divisaron tres humos que se desplazaban desde esa dirección hacia ellos. Eran el Blanco Encalada, la Covadonga y el Matías Cousiño, que, finalmente, había avistado a los peruanos. De inmediato Grau dispuso una maniobra evasiva en zigzag hacia el sudoeste y ordenó a toda máquina. Haciendo proa sucesivamente al oeste y al norte, en tres horas el Huáscar logró evadirse y mantuvo una distancia de ocho millas sobre sus perseguidores.

A las 07:15 horas, sin embargo la nave peruana divisó otros tres barcos que avanzaban desde el noroeste, aquellos pertenecientes a la segunda división chilena, precisamente al sector hacia donde un momento antes había puesto proa el blindado. De inmediato Grau ordenó virar hacia el este y aumentar aún más la velocidad. Sin embargo, en menos de una hora el Cochrane, cuyo andar superaba al del Huáscar en casi dos nudos, acortó distancia hasta ponerse a escasos kilómetros de su enemigo. El Blanco Encalada y la Covadonga por su parte, iban acercándose peligrosamente en dirección a la popa, al tiempo que la O´Higgins y el Loa se dirigieron a cortar el paso a la Unión. El contralmirante Grau dispuso virar al norte sin resultados. Pronto comprendió que su nave, menos rápida, no podría eludir lo que evidentemente era una trampa cuidadosamente preparada. De inmediato ordenó a la Unión -de mayor velocidad- continuar por ese rumbo hacia Arica.

García y García cumplió las órdenes de Grau sabiendo que su buque de madera sería destrozado fácilmente si comprometía combate con los blindados y seguro de que el repliegue era el único modo de salvar el barco para el país, lo que el hábil marino finalmente lograría, sin que la O´Higgins y el Loa pudieran impedirlo. Siendo inevitable el encuentro, Grau ordenó zafarrancho de combate, izó el pabellón de guerra y con gran coraje se dispuso a dar batalla contra fuerzas ampliamente superiores.

Pronto, aquel barco de 1,130 toneladas y cinco cañones se enfrascaría en un desigual duelo contra dos potentes acorazados y una goleta, que en conjunto superaban las 7,500 toneladas, con un total de cuarentisiete cañones, seis ametralladoras y ocho tubos lanzatorpedos, con los acorazados protegidos por el doble de blindaje. Y quizás, mientras se efectuaban las maniobras precederas a la batalla, algunos tripulantes se detuvieron a ver, por última vez, la inscripción que destacaba sobre el timón de popa del Huáscar:

“El hombre honrado, leal y valiente inspira honor y orgullo a sus compatriotas. El traidor y cobarde es el baldón y deshonra de su patria”.

A las 09:25 horas el Huáscar inició majestuosamente la contienda y a larga distancia disparó una andanada de proyectiles contra el Cochrane, algunos de los cuales alcanzaron la galera del blindado, pero sin dañarlo. El Blanco Encalada y la Covadonga, mientras tanto, continuaban acercándose. El Cochrane por su parte no respondió los tiros y fue acortando distancia. A las 09:40 horas, cuando se encontraba a 2000 metros a babor del Huáscar, Latorre ordenó cañonear a su adversario. La diestra conducción de Grau sin embargo permitió al blindado realizar hábiles y temerarias maniobras, al extremo que intentó atacar con el espolón al Cochrane, pero la mayor velocidad de la nave, provista de doble hélice permitió esquivar lo que quizás hubiera sido una embestida mortal. La acción entonces se hizo general y los cañones chilenos se trabaron en feroz intercambio con los Armstrong peruanos.

Pronto las granadas Palliser y Sharpnell del Cochrane impactaron en el barco peruano y causaron efectos demoledores. Una de estas perforó el blindaje del casco de la torre de artillería e hirió a los doce marineros que servían la ronza de los cañones. Otra descarga cortó el guardin de babor de la rueda de combate, lo que ocasiono varias bajas, un incendio y trabó el mecanismo de maniobras en razón que los cuerpos de los caídos quedaron apiñados alrededor de la torre. El Huáscar sin embargo respondió y uno de sus proyectiles de 300 libras entró en la casamata del Cochrane a través de una apertura, explotó, la daño, y puso fuera de combate a todos sus operarios. Por unos instantes el sorprendente Huáscar pareció recuperar ventaja. Sin embargo, aproximadamente a los veinte minutos de combate, un proyectil de fragmentación del Cochrane cayó a boca de jarro sobre la torre de mando, atravesó su blindaje, causó una horrenda explosión y mató al gallardo almirante Grau y a su ayudante, el teniente Diego Ferré. El proyectil inutilizó además completamente la rueda de gobierno y los telégrafos de las máquinas. Muerto el heróico almirante, asumió el mando el segundo de a bordo, el capitán de corbeta Elías Aguirre, bajo cuyas órdenes se continuó un combate tenaz y sostenido.

Entonces el Blanco Encalada y la Covadonga, ahora a sólo 200 metros de distancia de la aleta de estribor del blindado peruano, entraron en acción. El Huáscar quedó así encerrado entre los dos blindados chilenos, con el paso cortado por la corbeta. En tal situación dirigió sus cañones contra el Blanco Encalada y también buscó embestirlo con el espolón, pero éste, al igual que el Cochrane, logró esquivar el ataque. Otra maniobra del Huáscar lo colocó en el centro de los dos acorazados, giró su torre y disparo hacia uno y otro. Sin embargo, los proyectiles rebotaban sin poder atravesar sus fuertes corazas. Dicha posición, no obstante, impidió por unos instantes que el Blanco y el Cochrane dispararan por temor a dañarse mutuamente. En cierto momento del combate, una mala maniobra del Blanco Encalada estuvo a punto de provocar una colisión con el Cochrane, lo que se evitó gracias a la pericia del comandante de esta última nave. Esta situación no duró mucho. Las dificultades de manejo no permitían al Huáscar mantener una dirección constante. Los acorazados entonces cambiaron de posición y continuaron el fuego.

En pocos tiempo el gallardo comandante Aguirre corrió igual suerte que Grau y fue destrozado por un proyectil. Asumió entonces el mando el tercer oficial, el capitán Melitón Carvajal, quien pronto cayó herido víctima de una cerrada descarga, y debió ser reemplazado por el siguiente oficial en jerarquía, el teniente primero Melitón Rodríguez, que al igual que sus predecesores encontró una heroica muerte en su puesto de mando. Para entonces el combate se había vuelto una carnicería y el Huáscar, prácticamente sin control debido a los impactos en su línea de flotación, quedó a merced de los cañones del adversario. Dentro del blindado, el cirujano de la nave, Santiago Távara, hacía esfuerzos sobrehumanos por salvar la vida de los tripulantes heridos cuyo numero se multiplicaba conforme proseguía la titánica lucha.

Aún en tales condiciones el espartano Huáscar continuó el combate sin dar ni pedir cuartel, no obstante ya no podía maniobrar, ni girar y se hallaba prácticamente ingobernable debido a la destrucción de los aparejos y cáncamos de la caña y cadena del timón. El número de proyectiles que lo impactaron era interminable, pues apenas había sección que no hubiera sido destruida. Dos de estos ocasionaron incendios en las cámaras del comandante y de los oficiales, destruyéndolos completamente. Otra granada penetró en la sección de la máquina -que en total fue remecida por cuatro cañonazos-, produciendo un nuevo incendio. El teniente primero Diego Garezón ahora comandaba el barco, cuya cubierta destrozada por los proyectiles estaba regada de sangre, cadáveres y heridos. A las 10:10 horas la bandera peruana cayó del mástil, hecho que fue interpretado por los chilenos como símbolo de rendición, pero el valiente teniente primero Enrique Palacios, entre una lluvia de balas -siete de las cuales lo atravesaron en el momento- la izó nuevamente sobre el maltrecho mástil y continuó el combate.

Garezón, en gesto fútil, intentó por última vez recurrir al espolón, pero el Huáscar no respondía más, convertido en un cementerio de acero flotante, cuya única señal de vida eran los sobrevivientes que a duras penas hacían sentir el rugir de sus maltrechos cañones y metrallas. Otros dos incendios se desataron, uno bajo la torre del comandante y el otro a la altura de la proa. Pronto el último cañón de la torre Coles fue destruido, uno de los calderos reventó y terminó por cubrir la nave de humo, mientras el fuego y los gritos de los heridos se convirtieron en los últimos alientos del moribundo blindado. Habían transcurrido noventa minutos de épico combate y ya sin posibilidades de continuar la resistencia, Garezón y los tres oficiales de guerra que quedaban en pie, acordaron hundir la nave. En consecuencia se dio la orden al primer maquinista para que abriera las válvulas, lo que este hizo de inmediato, luego de detener la máquina por completo. A las 10:55 horas el Cochrane y el Blanco suspendieron el cañoneo y al comprender que el Huáscar se iría a pique, enviaron una dotación armada en lanchas para abordarlo. Cuando los marinos chilenos rindieron a los sobrevivientes peruanos, impedidos de resistir el abordaje, el Huáscar ya tenía 120 centímetros de agua y estaba a punto de hundirse por la popa.

Revolver en mano, los oficiales chilenos ordenaron a los maquinistas cerrar las válvulas y posteriormente obligaron a los prisioneros a apagar los fuegos que consumían diversos sectores de la nave. La lucha había concluido y la extraordinaria presa de guerra había sido capturada.

Durante el combate los acorazados chilenos lanzaron 150 cañonazos contra el Huáscar, y le impactaron 76, de los cuales 20 eran granadas Palliser de 250 libras, que penetraron fácilmente su coraza. El resto fueron proyectiles de diverso calibre, más un número indeterminado de balas de metralla, que no dejaron ninguna sección del blindado intacta. De sus 200 tripulantes, alrededor de 40 murieron, -entre ellos cuatro de los doce oficiales que integraban el Estado Mayor y de Guerra- y el resto tuvo heridas de diversa consideración. Los sobrevivientes fueron llevados al puerto de Mejillones para enterrar a los muertos y efectuar reparaciones temporales al Huáscar, el que luego fue conducido con los prisioneros a Valparaíso. La primera comunicación sobre el combate, dirigido por el comodoro Riveros al ministro de marina señalaba:

“Huáscar hecho pedazos. Miguel Grau murió en combate. La tripulación del blindado peruano resistió heroicamente”

El parte oficial del comandante La Torre añadió:

“La muerte del contralmirante peruano, don Miguel Grau, ha sido, señor comandante general, muy sentida en esta escuadra, cuyos jefes y oficiales hacían amplia justicia al patriotismo y valor de aquel notable marino”.

A su vez el gobierno chileno envió a Riveros el siguiente mensaje:

“Según la relación de usted, el almirante Grau ha muerto valientemente en el combate. Cuide usted que su cadáver sea dignamente sepultado de manera que jamás se dude de su autenticidad. Será devuelto al Perú cuando lo reclame. El pueblo obedeciendo a sus tradiciones se hace un deber en prestar homenaje al valor y la honradez”.

El despacho del corresponsal del diario El Mercurio, Z. Freire, quién visitó la nave luego del combate, detalló el estado de la nave, epílogo de la intensidad de la lucha que enfrentaron los marinos peruanos:

“Pintar la escena de desolación y carnicería que ofrecía la cubierta y el entrepuente del Huáscar al finalizar su resistencia es tarea más difícil que suponerla. La cubierta era invadida por los heridos a quienes se traía arriba con objeto de sacarlos de la atmósfera pesada y cargada de humo que abajo se respiraba. Lo que una vez fueron cámaras, salones y camarotes, eran ahora un hacinamiento de madera trozada, ropa despedazada, miembros humanos, sangre y cascos de granadas en horrible confusión; los pasillos de la torre estaban sembrados con los restos de marineros muertos en ella o manejando las cigüeñas con que se les hace girar, y por cualquier parte del buque o donde se volviera la vista no se presentaban sino ejemplos de los efectos increíbles producidos por la explosión de las granadas Palliser de los blindados”.

Por su parte el teniente Teodoro B. Mason, oficial a bordo del USS Pensacola, del escuadrón norteamericano del Pacífico, quien participó en la inspección del Huáscar después del combate, presentó a la Oficina de Inteligencia Naval de los Estados Unidos un informe sobre el estado del blindado peruano. Dicho documento publicado en 1883 con el título de “The War on the Pacific Coast of South America Between Chile and the Allied Republics of Peru and Bolivia”, señalaba lo siguiente:

“Prácticamente no había una yarda cuadrada de las partes altas del Huáscar que no hubiera sido alcanzada por alguna clase de proyectil. Sus torres estaban casi destruidas, sus botes idos .... Abajo la escena era mucho más terrible. En todas partes había muerte y destrucción causada por los enormes proyectiles enemigos. Dieciocho cuerpos fueron retirados de la cabina y la torre estaba repleta con los restos de dos grupos de artilleros”.

Pero quizás el recuento más interesante provenga del británico Edwin B. Penton, ciudadano británico quien pertenecía a la dotación del Cochrane y uno de los responsables de llevar al Huáscar hacia Valparaiso. Penton escribió un diario con sus impresiones de la campaña naval, incluyendo el combate de Angamos y el estado del blindado al abordarlo. De acuerdo al reporte de Penton, el combate se inició a una distancia de 3,0000 yardas y tuvo una duración de 105 minutos, desde las 09:20 horas hasta las 10:55 horas. Menciona la existencia de 193 tripulantes peruanos, de los cuales 64 resultaron muertos y 129 heridos y prisioneros. Sus impresiones sobre la situación del Huáscar no pueden ser menos gráficas:

“Lo primero que vieron nuestros ojos fueron trozos de cubierta, pedazos de madera, hierro, proyectiles rotos y numerosos artículos, todos mezclados con los cuerpos de los muertos, los moribundos y los heridos... algunos sin cabeza, otros sin brazos, otros sin piernas y algunos sólo con troncos, algunos con sus ropas quemadas, otros con los botones de sus chaquetas desprendidos, quemados por efecto de los proyectiles. Este desagradable espectáculo era igualmente malo tanto abajo como en cubierta, cuerpos que yacían a montones, encima, a lo largo y cruzados uno con el otro entre los escombros, tal como cayeron. En un grupo al extremo posterior de la nave yacían siete hombres formando un montículo, quienes habían sido muertos por efecto de una granada explosiva que había atravesado la nave. Estos hombres estaban atendiendo la rueda de manejo del barco. El hombre de encima no tenía cabeza. A cualquier parte que íbamos, en cubierta, abajo, en la torre, en el cuarto de máquinas y en todas partes, encontramos cadáveres que habían caído en diferentes actitudes, un horror de describir. Aparte de los heridos, en la parte más alta, yacía un hombre muerto al que bajamos y que había sido acribillado mientras atendía los titraelleurs, no obstante esa parte estaba protegida en su alrededor por placas de hierro. Estas visiones tremendas superan toda descripción”.




Al día siguiente del combate se realizaron las honras fúnebres en honor a los muertos del Huáscar, en presencia del ministro de guerra en campaña, Rafael Sotomayor, el comandante en jefe de la escuadra, Galvarino Riveros y los comandantes de las naves. Los batallones Chacabuco y Zapadores formaron para la ocasión y las tropas del primero rindieron honores al almirante Grau y a cada uno de los oficiales y tripulantes muertos. La captura del Huáscar otorgó finalmente a Chile el dominio absoluto del mar, después de que su flota entera se batiera por casi seis meses contra aquel extraordinario barco y le dio campo libre para iniciar las operaciones terrestres, cuyo primer paso sería el desembarco en Pisagua. Al Perú sólo le quedaban los vetustos monitores Canonicus, la corbetas Unión y Pilcomayo, la cañonera Arno y las torpederas. Ninguno de estos barcos estaba en capacidad de enfrentar a los fuertes acorazados chilenos -a los que pronto se uniría el capturado Huáscar- aunque si prestaron valioso apoyo en llevar necesarios pertrechos a las guarniciones peruanas en el sur, rompiendo diestramente los bloqueos impuestos por el adversario. Grau había realizado una campaña extraordinaria. Luchando contra la adversidad y contra una gran escuadra, dentro de grandes limitaciones había logrado resultados que pocos han podido igualar en la historia naval moderna.

Aunque no habría ya acciones navales de gran envergadura en la Guerra del Pacífico, una serie de eventos particulares demostraron la determinación de los oficiales navales peruanos a pesar de su desventaja. Al margen de ello sin embargo, para todo efecto la guerra en el mar había concluido, lo cual permitió el inicio de la campaña terrestre con el desembarco del ejército expedicionario chileno en Pisagua y el inicio de cruentas batallas en el sur. Para evitar que la flota cayera en manos del enemigo, en enero de 1881, luego de las batallas de San Juan y Miraflores, el gobierno decidió destruir las restantes naves de la escuadra, es decir, la corbeta Unión, el monitor Atahualpa, la cañonera Arno, el submarino y todas las lanchas torpederas y los transportes militares. Con estas acciones, la marina peruana dejaría de existir temporalmente, hasta su renacimiento a fines del siglo XIX.






En cuanto al Huáscar, luego de las reparaciones a las que fue sometido, se le integró a la escuadra chilena con el mismo nombre. Participó sin pena ni gloria en el bloqueo naval de Arica y en febrero de 1880 fue alcanzado por un proyectil del Manco Capac, pereciendo en la acción su nuevo comandante, Manuel Thomson. En 1882, sufrió algunas modificaciones en los astilleros chilenos, donde se le agregaron dos cañones Elswick de 10 pulgadas, mientras que a la Torre Coles se le incorporó un sistema de rotación a vapor. Sin embargo, el legendario barco no vio más acción durante la guerra. Participó en la guerra civil chilena que enfrentó al presidente Balmaceda con el congreso en la última década del siglo XIX. En 1901, tras el estallido de una cañería a vapor que mató a catorce tripulantes, la nave quedó inutilizada. Reparada parcialmente sirvió en puerto a la fuerza chilena de submarinos. A partir de 1930 el blindado permaneció anclado en el arsenal de Talcahuano. Veintidós años después, fue convertido en museo y junto con el legendario Victoria de Nelson, es uno de los pocos barcos del  mundo que habiendo servido en distinguidas acciones navales, aún se preserva intacto. Aquel barco-museo hoy es un monumento a la memoria de los heroicos marinos que lo tripularon. Una placa de bronce colocada por la marina chilena en el camarote que perteneció al almirante Grau señala:



“Comandante peruano Miguel Grau. Héroe y caballero que murió en el combate de Angamos”

















Fuente: 

"Batallas Legendarias del Perú y del Mundo: episodios épicos y anécdotas militares" (Fondo editorial de la Academia Diplomática del Perú, 2002)

Juan del Campo Rodríguez


Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta del Coronel Francisco Bolognesi a su esposa